Tengo miedo
de que mi cuerpo esté invadido por otra muerte
y que me corra entre glóbulos rojos
y glóbulos muertos
y entre plaquetas
que no cerrarán la herida.
De que la verdad venga con la fiebre.
Temo una línea de más
en el examen médico
y temo que se acerque uno complejo a los seis meses
y luego otro
y otro
y al final ya ninguno.
Me aterran la llaga en la boca
y el semen,
las ingles inflamadas,
no tener estómago que aguante una hora
ni la incertidumbre en la sangre.
Me turba encontrar algún amante ocasional
y pensar en lo podría haber sido,
más aún reencontrarme con mis amantes de siempre
y que aún conociéndonos nuestras historias
juguemos a la ruleta rusa
con cinco balas
en la recámara.
Me amedrenta perder un abrazo
y ganar una mirada compasiva,
que me digan que tengo lo que merezco
o que nadie merece cargar con eso en el tuétano.
Volverme en un ataque de lujuria un asesino.
Me acobardo ante la sífilis,
ante la neumonía, la diabetes,
el filo de un cuchillo de cocina.
Ante la cuerda en donde cuelgo la ropa.
Me horroriza que más se vuelva menos
y llevar en cada ojera
el deseo de ganarle por una vez a la parca
y cargarme al hijueputa que se dice sano;
me horroriza llevarlo hasta que la sed de venganza
se congele y deje que la vida sea también su condena.
Tiemblo porque cada vez que despierto con ganas de vivir
acudo a solicitar el análisis
y despierto el día de la cita y la angustia
me impide salir de la cama.
Porque prefiero saber que algún día moriré
y no que ya estoy muerto.