Conocí
a la muerte mucho tiempo después, cuando me mataron. Me pregunto si
la vida es como un videojuego y, si es así, como hace uno para
rellenar los corazones. A mí me mató un borracho, por eso bebo (por
eso y muchas otras cosas), para tratar de comprender por qué quiso
matarme (y para saber por qué no lo hizo). De esa vez tengo una
cicatriz en el pecho. Una herida de un centímetro, ni siquiera
hizo falta que me cosieran. La actual cicatriz la oculta el vello de mi
pecho -que no es abundante (ni el vello ni el pecho)- y no es algo
que cuente a todo el mundo. El hombre estaba borracho, supongo que la
mujer también. Ella llegó a gritarme que por qué me quería robar
no sé que camioneta, yo veía al gato que estaba abajo. No era de
ninguno de los vecinos, yo ya había preguntado por él y me lo
llevaría, lo iba a adoptar y le iba a poner Zachem? con
todo y signo de interrogación. Que bueno que no me lo llevé, soy
alérgico a los gatos y seguramente mi mamá lo habría regalado
cuando yo no estuviera y en su nuevo hogar le cambiarían el nombre.
Pobre Zachem?
El
hombre llegó sin avisar, lo vi de reojo cuando su puño impactó mi
sien. Desperté en el hospital con oxigeno en la nariz, una manguera
con suero en un brazo y una con sangre en el otro. Una enfermera me
preguntó quien era y no supe decirle. Un médico le dijo que me
había afectado blablabla como si yo no estuviera allí. Lo único
que supe entonces es que estuve muerto clínicamente, segundos. Estoy
feliz de haber estado inconsciente y no haber sentido los choques
eléctricos o inyecciones o besos o lo que sea que den para que uno
no se muera. Me preguntaron de nuevo que quien era y no supe que
decirles. No tenía miedo, tampoco es que me pudiera mover, estaba
enmanguerado y molido. La enfermera me dijo donde estaba, me dijo que
en un hospital y me dijo en dónde me había recogido la ambulancia.
Yo me acordaba del nombre de esa calle y le dije que yo vivía por
allí pero que no me acordaba de cual era el número. Puso una
inyección en el suero y cuando desperté ya no tenía la bolsita de
sangre. Estuve acostado un buen rato mirando a no sé que, entonces
otra enfermera (o no sé si era la misma) me preguntó mi dirección,
se la dije y también le di el número de teléfono de mi casa, me
preguntó si yo me llamaba de tal y tal modo y le dije que sí y en
menos de lo que yo decía mi nombre ya estaban mi abuelita y mi tía
en la cama del hospital junto a mí. Yo no las reconocí, pero le
marcaron a mi mamá y llegaron en seguida. Entonces reconocí a todo
el mundo.
Con
el tiempo he recordado más detalles, por ejemplo recuerdo que la
mujer tenía el cabello anaranjado y que me dio una cachetada y le
escupí en la cara, que el sujeto estaba muy ejercitado (como si
usara esteroides) y bastante ebrio; antes que su puño, me había
golpeado el olor a alcohol; he recordado también su rostro y que me
golpeaba y me levantaba y me azotaba contra el piso (tengo suerte de
que en la cara no me quedaron más marcas que la nariz rota);
recuerdo también que mucha gente salió de sus casas a ver el
espectáculo, pero nadie salía a defender al niño que era golpeado;
recuerdo que el tipo entró en una casa (en esa yo ya había tocado,
salió una vieja y dos niñas: una como de tres años y la otra como
de cinco) y salió con un cuchillo, supongo que de mantequilla, pues
no hizo mas que destrozarme la playera y el pantalón, en el cuerpo
solamente me dejó muchísimos moretones y líneas rojas en los
brazos, el pecho, la espalda y el cuello -sobre todo en el cuello-;
una de esas lineas rojas sangraba todavía la mañana siguiente
cuando me revisó el médico de servicios periciales y levantaron,
mis padres, una demanda. Yo era menor de edad.
Recuerdo
también que cuando se dio cuenta de que el cuchillo no cortaba,
regresó a su casa. Esto lo recordé años después, hace más o
menos un año. Un señor me cargó como bulto inerte que yo era y me
metió a su casa, me acercaron alcohol a la nariz para que
reaccionara y entonces vomité algo muy ácido y negro, no sé qué
mezclado con sangre. Llamaron a la ambulancia y yo inconsciente no
hice más que repetir el número telefónico de mi casa, como cuando
de niño repetía dormido las tablas de multiplicar y un poco más
grande cantaba dormido una de las canciones más suicidas que conozco
(que curiosamente no está dentro del top diez de las canciones más
tristes del trailero depresivo
(Leerlo aquí).
En casa no respondieron. Claro que no, ¿quién respondería si todos
habían salido y minutos antes me había encontrado -por
coincidencia- a mis padres y me dijeron que llegarían noche y me
dieron su juego de llaves porque yo llegaría antes? Recuerdo haber
subido a la ambulancia repitiendo hasta el infinito un número de
teléfono, recuerdo que el hombre de la ambulancia me preguntó mi
nombre y le respondí con un número, y me preguntó la fecha y le
respondí con otro número y me preguntó infinidad de preguntas
absurdas y yo no podía más que responder números aleatorios y entonces
dijo que estaba mal, como si fuera la pregunta de un examen. Dijo que
me encontraba muy grave, como si yo no lo estuviera oyendo. Como si
no fuera a despertar una mañana -años después- muy tarde como para
ir a clases y fuera a recordar todo eso.
Me enteré que los policías que habían subido al borracho
a la patrulla lo habían dejado bajar a comprar cerveza y cuando
regresó se fueron felices con una sola botella de cerveza, ni siquiera
una botella de cerveza a cada uno, una caguama para los dos. Mis
papás cerraron la demanda. El tipo se había largado con todo y la
camioneta fea que supuestamente me quise robar. A Zachem?
Jamás volví a verlo.
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