Anoche he dormido con un maravilloso pianista, con un compositor cuyos dedos son largos, delgados, ágiles y veloces. Dormí con un virtuoso. Me metí entre las cobijas -fue una noche fría- y dejé que me siguiera tocando. No se cansaba, al parecer, sus manos recorrían todo y hacían vibrar cuerdas para mí -hasta entonces- desconocidas. Cuando desperté el pianista seguía allí, seguía tocándome. Vi sus manos acariciadoras en la pantalla mientras el concierto se repetía in infinitum a través de unas pequeñísimas bocinas.
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