Para hoy tenía preparado otro texto, uno de la serie "Las noches solas", pero preferí dejarlo en borradores hasta que lo lea alguien en especial y me dé su opinión. Por ahora los dejo con este fragmento de Las horas sucias. Así es como se llama mi "diario" (no se burlen, es en serio, jejejejee), escribo más seguido en el blog que en él, así que lo pasaré para acá. Las horas sucias son hechos reales.
Podrán morir las
cucarachas sometidas por el veneno de los hombres, pero yo
sobreviviré -no como Gloria Gaynor- porque no me queda de otra.
Sobreviviré de tanto ser nadie, de haberlo decidido y de no
caer muerto. No soy el inmortal ni cualquier otro, pero hasta no
estar realmente muerto no me dejaré morir. He elegido vivir -jódete
si te toca cumplir-, porque me da lo mismo (y porque quizá en el
fondo le temo a la muerte). De tantas veces que he estado a punto de
morir he perdido ya la cuenta. He sobrevivido a varias neumonías
-incluso a dos en la misma temporada-, a la fiebre escarlata, al
suicidio y al asesinato. ¿Quien querría matar a un niño como el
que yo era? Pues entonces era yo un niño de esos que salen a jugar
fútbol a la calle con los vecinos aunque no sabía, de los que se
alegran de encontrar un gatito bebé (entonces no les decía
cachorros a los pequeños mamones), de los que se ponen tristes si
se les pierde un tazo o que se pelean y a la media hora vuelven a ser
los mejor amigos de todo el planeta (que entonces sólo abarcaba el
camino de casa a la escuela y las casa de mis abuelitas). Pues uno
fue un adolescente. No sé por qué, ya no lo recuerdo. Me asfixió
hasta que me puse morado y los demás niños (él era el más grande)
lo golpearon para que me suelte, como ya lo había dicho antes, a la
media hora volvimos a ser amigos. Después salíamos a pasear en
bicicleta y me enseño a utilizar una computadora. No sé que sea de
su vida ahora. Hace unos mese me lo encontré en la calle, me saludo
y le devolví el saludo, pero no lo reconocí hasta que regresé a
casa. Ha cambiado mucho. Supongo que yo tampoco soy el mismo. Después
de todo, entonces tenía terror a la muerte, no es que ya no la tema
o que haya ocurrido un cambio cósmico y ya no exista la muerte o que
la muerte y yo tengamos un trato como el que hizo con Ignacio López
Tarso, pero ahora la muerte es para mí un tema al que estoy más o
menos acostumbrado. Una experiencia más o menos conocida.
De niño nunca fui a un
funeral, sólo una vez, al de mi bisabuela. No la conocía, así que
no cuenta. A mis primos sí los conocía y esa vez caminamos mucho
hasta llegar al canal y ver como corría el agua. En el cementerio
mamá nos preparó unos sangüiches que sabían a gloria y había
muchos ángeles de piedra. Eso fue un paraíso. No me di cuenta de
que mi abuelita y mis tías y mi mamá y muchas otras personas
lloraban.
C. A. E.
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