Creí que mamá pegaría
el grito en el cielo. Que gritara algo como "¿Cómo puede
alguien de veintipocos años salir con un anciano de cuarenta y seis?
¡no es de Dios!", o "¡pero si es más grande que tu
papá!". Pero no. Sólo dijo "Mucho cuidado". No sé
por qué.
Nos conocimos en la
plaza. Yo iba con mis amigas y él regresaba del trabajo. Lo vi y le
sonreí, el sonrió y se pasó de largo. Lo vi detenerse para luego
dirigirse a una banca. Se sentó donde pudiéramos vernos. Mis amigas
ni se enteraron (habíamos salido para ver una exposición de Leonora
Carrington y después muchachos). Les dije que me esperaran poquito,
que iba a saludar a un amigo. Intercambiamos números telefónicos.
Comenzamos a vernos en
plazas, jardines y cafés. Él me hablaba de su trabajo y de cuando
vivía en la capital. Yo apenas hablaba. A veces le platicaba de las
clases o de mi familia. En una ocasión nos encontramos con su
sobrina. Me invitó a comer (supongo que fue a buscarlo para llevarlo
a comer a su casa). Ahí estaba toda su familia. Entonces salíamos,
pero eramos sólo amigos. Así me presentó.
Los hijos de su
sobrina no nos dejaban platicar y su primo no dejaba de coquetearme,
así que fuimos a su cuarto (accedí porque estaba toda la familia).
Ahí me pidió que fuéramos novios. Le dije que no. Pero que
seguiríamos saliendo. Y así lo hicimos.
Seguí yendo a comer a su
casa. En una ocasión pasaban algo en la tele -no sé qué, no me
gusta verla y sólo le ponía atención para ignorar al primo-, un
programa en el que un niño decía que los novios eran los que se
abrazaban y se daban besos. Él estaba sentado junto a mí, giré y
le dije quedito que si eso eran los novios, él me dijo que sí,
entonces fui yo quien se lo pidió. Me dijo que sí. Su familia no se
hubiera dado cuenta si no fuera porque ya no regañaba tanto a
los enanos.
Poco tiempo después lo
dejé. Me enteré que salía con alguien más. No me hubiera
molestado que me lo dijera, pero no me lo dijo. Me enteré por otro
medio. Habíamos tenido algunos problemas, discusiones porque según
él yo no pasaba suficiente tiempo con él y porque según yo, él
debería conocer a mi familia. En fin, estaba en su casa y entonces
tocaron la puerta y él bajó a abrir. Yo me quedé en la escalera y
vi como se saludaban de beso en los labios y se acariciaban. Le dijo
que tenía visita. Cuando subió nos presentó, entonces todos eramos
amigos.
Dejé de buscarlo. No
tenía celos, los he tenido en una ocasión, solamente una
vez -como diría Agustín Lara-. A él no lo he vuelto a
ver. Tampoco me buscó. Solamos nuestras noches. Dejamos de tajo la
relación. Después de él salí con varios muchachos y señores,
pero con ninguno he formalizado relación alguna.
Andrea Cienfuegos
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