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viernes, 18 de julio de 2014

Otra canción triste

...para sentirte acompañado
cuando te sientes vencido...
Enrique Bunbury
En un momento dado
 ahí estás,
frente a tu padre.
 Y le gritas que quieres morirte
y lo acusas de darte la vida.

Amanece y la tierra aún gira
y te hace viajar veloz
a través el universo
que tampoco muere
y quieres vomitarlo todo.

Y discutes con tu esposo
y tu amante te tira la plancha
y conoces a alguien por la calle
y decide que mejor se va a dormir a su casa,
sólo.

Anochece y la lluvia también cae
y sientes que tus huesos caen
y que necesitas romper los aparadores
para que los vidrios y la sangre
también caigan.
All are there, for ever falling,
falling lovely and amazing.

Y te vas a dormir
pero la cama ya no es tu cama
y la almohada tiene sus propios sueños
y no los comparte contigo
y una pesadilla regresa
de cuando aún no tenías ni doce años
y despiertas llorando
y sin cobija.

Aún no amanece,
te ocultan un techo
y sus telarañas
de las nubes negras;
abres la regadera
vuelve la lluvia
y con el rastrillo
te cortas al rasurarte.

Y la sangre cae y se desvanece
y piensas que debería haber más
y sientes que no deberías pensar
que no fue por error la herida
y que debería haber sido más profunda.
En la femoral o en el cuello.
De muerte.

Pero te pasas un poco de agua
porque te sabes incapaz de matarte
o de hacer cualquier otra cosa.

Y en un momento dado
ahí estás,
frente al espejo.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Las horas sucias - Zachem? (parte 2)


Conocí a la muerte mucho tiempo después, cuando me mataron. Me pregunto si la vida es como un videojuego y, si es así, como hace uno para rellenar los corazones. A mí me mató un borracho, por eso bebo (por eso y muchas otras cosas), para tratar de comprender por qué quiso matarme (y para saber por qué no lo hizo). De esa vez tengo una cicatriz en el pecho. Una herida de un centímetro, ni siquiera hizo falta que me cosieran. La actual cicatriz la oculta el vello de mi pecho -que no es abundante (ni el vello ni el pecho)- y no es algo que cuente a todo el mundo. El hombre estaba borracho, supongo que la mujer también. Ella llegó a gritarme que por qué me quería robar no sé que camioneta, yo veía al gato que estaba abajo. No era de ninguno de los vecinos, yo ya había preguntado por él y me lo llevaría, lo iba a adoptar y le iba a poner Zachem? con todo y signo de interrogación. Que bueno que no me lo llevé, soy alérgico a los gatos y seguramente mi mamá lo habría regalado cuando yo no estuviera y en su nuevo hogar le cambiarían el nombre. Pobre Zachem?

El hombre llegó sin avisar, lo vi de reojo cuando su puño impactó mi sien. Desperté en el hospital con oxigeno en la nariz, una manguera con suero en un brazo y una con sangre en el otro. Una enfermera me preguntó quien era y no supe decirle. Un médico le dijo que me había afectado blablabla como si yo no estuviera allí. Lo único que supe entonces es que estuve muerto clínicamente, segundos. Estoy feliz de haber estado inconsciente y no haber sentido los choques eléctricos o inyecciones o besos o lo que sea que den para que uno no se muera. Me preguntaron de nuevo que quien era y no supe que decirles. No tenía miedo, tampoco es que me pudiera mover, estaba enmanguerado y molido. La enfermera me dijo donde estaba, me dijo que en un hospital y me dijo en dónde me había recogido la ambulancia. Yo me acordaba del nombre de esa calle y le dije que yo vivía por allí pero que no me acordaba de cual era el número. Puso una inyección en el suero y cuando desperté ya no tenía la bolsita de sangre. Estuve acostado un buen rato mirando a no sé que, entonces otra enfermera (o no sé si era la misma) me preguntó mi dirección, se la dije y también le di el número de teléfono de mi casa, me preguntó si yo me llamaba de tal y tal modo y le dije que sí y en menos de lo que yo decía mi nombre ya estaban mi abuelita y mi tía en la cama del hospital junto a mí. Yo no las reconocí, pero le marcaron a mi mamá y llegaron en seguida. Entonces reconocí a todo el mundo.

Con el tiempo he recordado más detalles, por ejemplo recuerdo que la mujer tenía el cabello anaranjado y que me dio una cachetada y le escupí en la cara, que el sujeto estaba muy ejercitado (como si usara esteroides) y bastante ebrio; antes que su puño, me había golpeado el olor a alcohol; he recordado también su rostro y que me golpeaba y me levantaba y me azotaba contra el piso (tengo suerte de que en la cara no me quedaron más marcas que la nariz rota); recuerdo también que mucha gente salió de sus casas a ver el espectáculo, pero nadie salía a defender al niño que era golpeado; recuerdo que el tipo entró en una casa (en esa yo ya había tocado, salió una vieja y dos niñas: una como de tres años y la otra como de cinco) y salió con un cuchillo, supongo que de mantequilla, pues no hizo mas que destrozarme la playera y el pantalón, en el cuerpo solamente me dejó muchísimos moretones y líneas rojas en los brazos, el pecho, la espalda y el cuello -sobre todo en el cuello-; una de esas lineas rojas sangraba todavía la mañana siguiente cuando me revisó el médico de servicios periciales y levantaron, mis padres, una demanda. Yo era menor de edad.

Recuerdo también que cuando se dio cuenta de que el cuchillo no cortaba, regresó a su casa. Esto lo recordé años después, hace más o menos un año. Un señor me cargó como bulto inerte que yo era y me metió a su casa, me acercaron alcohol a la nariz para que reaccionara y entonces vomité algo muy ácido y negro, no sé qué mezclado con sangre. Llamaron a la ambulancia y yo inconsciente no hice más que repetir el número telefónico de mi casa, como cuando de niño repetía dormido las tablas de multiplicar y un poco más grande cantaba dormido una de las canciones más suicidas que conozco (que curiosamente no está dentro del top diez de las canciones más tristes del trailero depresivo (Leerlo aquí). En casa no respondieron. Claro que no, ¿quién respondería si todos habían salido y minutos antes me había encontrado -por coincidencia- a mis padres y me dijeron que llegarían noche y me dieron su juego de llaves porque yo llegaría antes? Recuerdo haber subido a la ambulancia repitiendo hasta el infinito un número de teléfono, recuerdo que el hombre de la ambulancia me preguntó mi nombre y le respondí con un número, y me preguntó la fecha y le respondí con otro número y me preguntó infinidad de preguntas absurdas y yo no podía más que responder números aleatorios y entonces dijo que estaba mal, como si fuera la pregunta de un examen. Dijo que me encontraba muy grave, como si yo no lo estuviera oyendo. Como si no fuera a despertar una mañana -años después- muy tarde como para ir a clases y fuera a recordar todo eso.

Me enteré que los policías que habían subido al borracho a la patrulla lo habían dejado bajar a comprar cerveza y cuando regresó se fueron felices con una sola botella de cerveza, ni siquiera una botella de cerveza a cada uno, una caguama para los dos. Mis papás cerraron la demanda. El tipo se había largado con todo y la camioneta fea que supuestamente me quise robar. A Zachem? Jamás volví a verlo.

Las horas sucias - Zachem? (parte 1)


Para hoy tenía preparado otro texto, uno de la serie "Las noches solas", pero preferí dejarlo en borradores hasta que lo lea alguien en especial y me dé su opinión. Por ahora los dejo con este fragmento de Las horas sucias. Así es como se llama mi "diario" (no se burlen, es en serio, jejejejee), escribo más seguido en el blog que en él, así que lo pasaré para acá. Las horas sucias son hechos reales.

Podrán morir las cucarachas sometidas por el veneno de los hombres, pero yo sobreviviré -no como Gloria Gaynor- porque no me queda de otra. Sobreviviré de tanto ser nadie, de haberlo decidido y de no caer muerto. No soy el inmortal ni cualquier otro, pero hasta no estar realmente muerto no me dejaré morir. He elegido vivir -jódete si te toca cumplir-, porque me da lo mismo (y porque quizá en el fondo le temo a la muerte). De tantas veces que he estado a punto de morir he perdido ya la cuenta. He sobrevivido a varias neumonías -incluso a dos en la misma temporada-, a la fiebre escarlata, al suicidio y al asesinato. ¿Quien querría matar a un niño como el que yo era? Pues entonces era yo un niño de esos que salen a jugar fútbol a la calle con los vecinos aunque no sabía, de los que se alegran de encontrar un gatito bebé (entonces no les decía cachorros a los pequeños mamones), de los que se ponen tristes si se les pierde un tazo o que se pelean y a la media hora vuelven a ser los mejor amigos de todo el planeta (que entonces sólo abarcaba el camino de casa a la escuela y las casa de mis abuelitas). Pues uno fue un adolescente. No sé por qué, ya no lo recuerdo. Me asfixió hasta que me puse morado y los demás niños (él era el más grande) lo golpearon para que me suelte, como ya lo había dicho antes, a la media hora volvimos a ser amigos. Después salíamos a pasear en bicicleta y me enseño a utilizar una computadora. No sé que sea de su vida ahora. Hace unos mese me lo encontré en la calle, me saludo y le devolví el saludo, pero no lo reconocí hasta que regresé a casa. Ha cambiado mucho. Supongo que yo tampoco soy el mismo. Después de todo, entonces tenía terror a la muerte, no es que ya no la tema o que haya ocurrido un cambio cósmico y ya no exista la muerte o que la muerte y yo tengamos un trato como el que hizo con Ignacio López Tarso, pero ahora la muerte es para mí un tema al que estoy más o menos acostumbrado. Una experiencia más o menos conocida.

De niño nunca fui a un funeral, sólo una vez, al de mi bisabuela. No la conocía, así que no cuenta. A mis primos sí los conocía y esa vez caminamos mucho hasta llegar al canal y ver como corría el agua. En el cementerio mamá nos preparó unos sangüiches que sabían a gloria y había muchos ángeles de piedra. Eso fue un paraíso. No me di cuenta de que mi abuelita y mis tías y mi mamá y muchas otras personas lloraban.

C. A. E.