lunes, 31 de diciembre de 2012

La última lluvia del año



La última lluvia del año lo lava todo,
deja todos los cristales más brillantes y
brillantes deja las miradas de los ojos 
que ven a través la última lluvia del año:
¡Lo lava todo la última lluvia del año!

La última lluvia deja un olor a esperanza,
un aroma a tierra mojada nos eleva,
se eleva el vapor desde la tierra, nos moja
a los que caminabamos entre la bruma:
¡Deja un olor a esperanza la última lluvia!

La última lluvia del año nos humedece,
nutre nuestras raíces y nos da la fuerza
para que al irse nuestras semillas germinen,
para que allá puedan ser fuertes sus raíces
nos humedece la última lluvia del año.

31/12/2012
C. A. E.
(No tengo cámara fotográfica, así que les debo la foto. En mi ciudad está lloviendo ahora, les presumo.)

martes, 25 de diciembre de 2012

Los días invernales - Vodka-punch

Nunca me ha gustado el invierno. Si tuviera suficiente dinero, viajaría por los trópicos evitando los inviernos. Tampoco me gusta mucho el calor, por eso viviría sobre las líneas de Cáncer y de Capricornio. No podría estar tan al Ecuador, el calor me molesta. El frío no me desagrada tanto como el calor, me parece más soportable. Es la oscuridad, la noche prematura de los inviernos, lo que me irrita. No la soporto. No la puedo tolerar porque se me escapa de las manos. Me es incontrolable. Como a cualquiera que se considere al menos un poco humano, me gusta sentir que tengo el control sobre mi ambiente (vamos, que puedo iluminar un poco la habitación abriendo las cortinas, o calentarla configurando el termostato). Es en invierno cuando menos puedo gobernar la realidad. No se deja.

No me queda de otra que adaptarme. Y apenas me adapto, el entorno ya cambió otra vez. Mi mente comienza a creer -muy a mi pesar- que cambia para fastidiarme. ¡Como si el clima tuviera la capacidad de ensañarse con alguien! Mejor aún: ¡Como si yo fuera lo suficientemente notorio como para que se endurezca conmigo! Como sea. Ahora no tengo dinero para viajar a la primavera. Me tengo que quedar en este infierno. Calentándome con ponche de frutas y un poco de vodka.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Las horas sucias - Zachem? (parte 2)


Conocí a la muerte mucho tiempo después, cuando me mataron. Me pregunto si la vida es como un videojuego y, si es así, como hace uno para rellenar los corazones. A mí me mató un borracho, por eso bebo (por eso y muchas otras cosas), para tratar de comprender por qué quiso matarme (y para saber por qué no lo hizo). De esa vez tengo una cicatriz en el pecho. Una herida de un centímetro, ni siquiera hizo falta que me cosieran. La actual cicatriz la oculta el vello de mi pecho -que no es abundante (ni el vello ni el pecho)- y no es algo que cuente a todo el mundo. El hombre estaba borracho, supongo que la mujer también. Ella llegó a gritarme que por qué me quería robar no sé que camioneta, yo veía al gato que estaba abajo. No era de ninguno de los vecinos, yo ya había preguntado por él y me lo llevaría, lo iba a adoptar y le iba a poner Zachem? con todo y signo de interrogación. Que bueno que no me lo llevé, soy alérgico a los gatos y seguramente mi mamá lo habría regalado cuando yo no estuviera y en su nuevo hogar le cambiarían el nombre. Pobre Zachem?

El hombre llegó sin avisar, lo vi de reojo cuando su puño impactó mi sien. Desperté en el hospital con oxigeno en la nariz, una manguera con suero en un brazo y una con sangre en el otro. Una enfermera me preguntó quien era y no supe decirle. Un médico le dijo que me había afectado blablabla como si yo no estuviera allí. Lo único que supe entonces es que estuve muerto clínicamente, segundos. Estoy feliz de haber estado inconsciente y no haber sentido los choques eléctricos o inyecciones o besos o lo que sea que den para que uno no se muera. Me preguntaron de nuevo que quien era y no supe que decirles. No tenía miedo, tampoco es que me pudiera mover, estaba enmanguerado y molido. La enfermera me dijo donde estaba, me dijo que en un hospital y me dijo en dónde me había recogido la ambulancia. Yo me acordaba del nombre de esa calle y le dije que yo vivía por allí pero que no me acordaba de cual era el número. Puso una inyección en el suero y cuando desperté ya no tenía la bolsita de sangre. Estuve acostado un buen rato mirando a no sé que, entonces otra enfermera (o no sé si era la misma) me preguntó mi dirección, se la dije y también le di el número de teléfono de mi casa, me preguntó si yo me llamaba de tal y tal modo y le dije que sí y en menos de lo que yo decía mi nombre ya estaban mi abuelita y mi tía en la cama del hospital junto a mí. Yo no las reconocí, pero le marcaron a mi mamá y llegaron en seguida. Entonces reconocí a todo el mundo.

Con el tiempo he recordado más detalles, por ejemplo recuerdo que la mujer tenía el cabello anaranjado y que me dio una cachetada y le escupí en la cara, que el sujeto estaba muy ejercitado (como si usara esteroides) y bastante ebrio; antes que su puño, me había golpeado el olor a alcohol; he recordado también su rostro y que me golpeaba y me levantaba y me azotaba contra el piso (tengo suerte de que en la cara no me quedaron más marcas que la nariz rota); recuerdo también que mucha gente salió de sus casas a ver el espectáculo, pero nadie salía a defender al niño que era golpeado; recuerdo que el tipo entró en una casa (en esa yo ya había tocado, salió una vieja y dos niñas: una como de tres años y la otra como de cinco) y salió con un cuchillo, supongo que de mantequilla, pues no hizo mas que destrozarme la playera y el pantalón, en el cuerpo solamente me dejó muchísimos moretones y líneas rojas en los brazos, el pecho, la espalda y el cuello -sobre todo en el cuello-; una de esas lineas rojas sangraba todavía la mañana siguiente cuando me revisó el médico de servicios periciales y levantaron, mis padres, una demanda. Yo era menor de edad.

Recuerdo también que cuando se dio cuenta de que el cuchillo no cortaba, regresó a su casa. Esto lo recordé años después, hace más o menos un año. Un señor me cargó como bulto inerte que yo era y me metió a su casa, me acercaron alcohol a la nariz para que reaccionara y entonces vomité algo muy ácido y negro, no sé qué mezclado con sangre. Llamaron a la ambulancia y yo inconsciente no hice más que repetir el número telefónico de mi casa, como cuando de niño repetía dormido las tablas de multiplicar y un poco más grande cantaba dormido una de las canciones más suicidas que conozco (que curiosamente no está dentro del top diez de las canciones más tristes del trailero depresivo (Leerlo aquí). En casa no respondieron. Claro que no, ¿quién respondería si todos habían salido y minutos antes me había encontrado -por coincidencia- a mis padres y me dijeron que llegarían noche y me dieron su juego de llaves porque yo llegaría antes? Recuerdo haber subido a la ambulancia repitiendo hasta el infinito un número de teléfono, recuerdo que el hombre de la ambulancia me preguntó mi nombre y le respondí con un número, y me preguntó la fecha y le respondí con otro número y me preguntó infinidad de preguntas absurdas y yo no podía más que responder números aleatorios y entonces dijo que estaba mal, como si fuera la pregunta de un examen. Dijo que me encontraba muy grave, como si yo no lo estuviera oyendo. Como si no fuera a despertar una mañana -años después- muy tarde como para ir a clases y fuera a recordar todo eso.

Me enteré que los policías que habían subido al borracho a la patrulla lo habían dejado bajar a comprar cerveza y cuando regresó se fueron felices con una sola botella de cerveza, ni siquiera una botella de cerveza a cada uno, una caguama para los dos. Mis papás cerraron la demanda. El tipo se había largado con todo y la camioneta fea que supuestamente me quise robar. A Zachem? Jamás volví a verlo.

Las noches solas - Celos / Solar la noche (parte 1)


Creí que mamá pegaría el grito en el cielo. Que gritara algo como "¿Cómo puede alguien de veintipocos años salir con un anciano de cuarenta y seis? ¡no es de Dios!", o "¡pero si es más grande que tu papá!". Pero no. Sólo dijo "Mucho cuidado". No sé por qué.

Nos conocimos en la plaza. Yo iba con mis amigas y él regresaba del trabajo. Lo vi y le sonreí, el sonrió y se pasó de largo. Lo vi detenerse para luego dirigirse a una banca. Se sentó donde pudiéramos vernos. Mis amigas ni se enteraron (habíamos salido para ver una exposición de Leonora Carrington y después muchachos). Les dije que me esperaran poquito, que iba a saludar a un amigo. Intercambiamos números telefónicos.

Comenzamos a vernos en plazas, jardines y cafés. Él me hablaba de su trabajo y de cuando vivía en la capital. Yo apenas hablaba. A veces le platicaba de las clases o de mi familia. En una ocasión nos encontramos con su sobrina. Me invitó a comer (supongo que fue a buscarlo para llevarlo a comer a su casa). Ahí estaba toda su familia. Entonces salíamos, pero eramos sólo amigos. Así me presentó.

Los hijos de su sobrina no nos dejaban platicar y su primo no dejaba de coquetearme, así que fuimos a su cuarto (accedí porque estaba toda la familia). Ahí me pidió que fuéramos novios. Le dije que no. Pero que seguiríamos saliendo. Y así lo hicimos.

Seguí yendo a comer a su casa. En una ocasión pasaban algo en la tele -no sé qué, no me gusta verla y sólo le ponía atención para ignorar al primo-, un programa en el que un niño decía que los novios eran los que se abrazaban y se daban besos. Él estaba sentado junto a mí, giré y le dije quedito que si eso eran los novios, él me dijo que sí, entonces fui yo quien se lo pidió. Me dijo que sí. Su familia no se  hubiera dado cuenta si no fuera porque ya no regañaba tanto a los enanos.

Poco tiempo después lo dejé. Me enteré que salía con alguien más. No me hubiera molestado que me lo dijera, pero no me lo dijo. Me enteré por otro medio. Habíamos tenido algunos problemas, discusiones porque según él yo no pasaba suficiente tiempo con él y porque según yo, él debería conocer a mi familia. En fin, estaba en su casa y entonces tocaron la puerta y él bajó a abrir. Yo me quedé en la escalera y vi como se saludaban de beso en los labios y se acariciaban. Le dijo que tenía visita. Cuando subió nos presentó, entonces todos eramos amigos. 

Dejé de buscarlo. No tenía celos, los he tenido en una ocasión, solamente una vez -como diría Agustín Lara-. A él no lo he vuelto a ver. Tampoco me buscó. Solamos nuestras noches. Dejamos de tajo la relación. Después de él salí con varios muchachos y señores, pero con ninguno he formalizado relación alguna.

Andrea Cienfuegos

Las horas sucias - Zachem? (parte 1)


Para hoy tenía preparado otro texto, uno de la serie "Las noches solas", pero preferí dejarlo en borradores hasta que lo lea alguien en especial y me dé su opinión. Por ahora los dejo con este fragmento de Las horas sucias. Así es como se llama mi "diario" (no se burlen, es en serio, jejejejee), escribo más seguido en el blog que en él, así que lo pasaré para acá. Las horas sucias son hechos reales.

Podrán morir las cucarachas sometidas por el veneno de los hombres, pero yo sobreviviré -no como Gloria Gaynor- porque no me queda de otra. Sobreviviré de tanto ser nadie, de haberlo decidido y de no caer muerto. No soy el inmortal ni cualquier otro, pero hasta no estar realmente muerto no me dejaré morir. He elegido vivir -jódete si te toca cumplir-, porque me da lo mismo (y porque quizá en el fondo le temo a la muerte). De tantas veces que he estado a punto de morir he perdido ya la cuenta. He sobrevivido a varias neumonías -incluso a dos en la misma temporada-, a la fiebre escarlata, al suicidio y al asesinato. ¿Quien querría matar a un niño como el que yo era? Pues entonces era yo un niño de esos que salen a jugar fútbol a la calle con los vecinos aunque no sabía, de los que se alegran de encontrar un gatito bebé (entonces no les decía cachorros a los pequeños mamones), de los que se ponen tristes si se les pierde un tazo o que se pelean y a la media hora vuelven a ser los mejor amigos de todo el planeta (que entonces sólo abarcaba el camino de casa a la escuela y las casa de mis abuelitas). Pues uno fue un adolescente. No sé por qué, ya no lo recuerdo. Me asfixió hasta que me puse morado y los demás niños (él era el más grande) lo golpearon para que me suelte, como ya lo había dicho antes, a la media hora volvimos a ser amigos. Después salíamos a pasear en bicicleta y me enseño a utilizar una computadora. No sé que sea de su vida ahora. Hace unos mese me lo encontré en la calle, me saludo y le devolví el saludo, pero no lo reconocí hasta que regresé a casa. Ha cambiado mucho. Supongo que yo tampoco soy el mismo. Después de todo, entonces tenía terror a la muerte, no es que ya no la tema o que haya ocurrido un cambio cósmico y ya no exista la muerte o que la muerte y yo tengamos un trato como el que hizo con Ignacio López Tarso, pero ahora la muerte es para mí un tema al que estoy más o menos acostumbrado. Una experiencia más o menos conocida.

De niño nunca fui a un funeral, sólo una vez, al de mi bisabuela. No la conocía, así que no cuenta. A mis primos sí los conocía y esa vez caminamos mucho hasta llegar al canal y ver como corría el agua. En el cementerio mamá nos preparó unos sangüiches que sabían a gloria y había muchos ángeles de piedra. Eso fue un paraíso. No me di cuenta de que mi abuelita y mis tías y mi mamá y muchas otras personas lloraban.

C. A. E.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Los días invernales - Eulalia

27 de diciembre

La amo. Eso es todo lo que sé. Pero ella ya no me quiere volver a ver. Todavía tengo un poco de tiempo para reconquistarla, en lo que terminan los trámites del divorcio. No la quiero perder.

El Juez ha dicho que ella se quedará con Eulalia, nuestra hija; que yo estoy incapacitado para cargar con una responsabilidad semejante. Lo dijo mirándome fúrico desde su púlpito. Esthela sonreía. Malévola. Pero aún así la amo porque es todo lo que me queda en el mundo además de Eulalia, pero Eulalia... bueno. No me puedo aferrar a ella. 

Cuando el Juez ordenó que me sacaran del lugar, ella se marchó. Los gorilas me detuvieron hasta que ella subió al taxi y se fue. Entonces me dejaron. No puedo ir a buscarla. Tengo prohibido acercarme a su casa, así que no puedo hablar con ella. No me contesta el teléfono y poco a poco me quedo sin dinero. Podría ir a buscarla al hospital, incluso podría ir a casa, aún tengo la llave, pero Gustavo me ha dicho que no lo haga, que sólo empeoraría las cosas. Le pedí que fuera mi abogado, pero me dijo que no, que no tenía tiempo realmente; que tenía ya muchos casos. Estoy seguro que es únicamente un pretexto. Me hago cargo yo solo. Es mi amigo, el único, pero estoy seguro que también él me cree un monstruo.

1 de enero

La corte está de vacaciones, regresarán la próxima semana. Mientras tanto no me puedo acercar a casa de Esthela (ya no es mía), ni al hospital. Tampoco puedo salir de la ciudad. Me he quedado sin dinero. Gustavo me ha ofrecido su casa algunos días, en lo que su hija y su esposa regresan de vacaciones. Él dice que tiene mucho trabajo, casi no lo veo. Tampoco me deja beber, teme que pueda vender sus cosas, quizá se enteró de lo del coche de Esthela.

6 de enero

Hoy despertó Eulalia. Ni siquiera me dejaron visitarla.

7 de enero

¡Qué se pudran todos! Esthela me ha demandado. Ya no sonreía. Lloraba. El Juez me ha declarado culpable. Maldita enfermera.

18 de enero

Estoy en la cárcel. No he podido ir al funeral de Eulalia. Mi niña. Ya no podrá jugar con papá. Quizá me dejen salir en 24 años. Entonces buscaré a la enfermera y le ocurrirá lo mismo que a Verónica. A nadie le perdono que sea un soplón. A nadie.

12 de marzo

Me han enyesado la pierna. Los otros presos quieren vengar a Eulalia. Ni si quiera saben lo que ocurría con mi niña.

14 de marzo

Han encontrado a Verónica y a Helena. Quizá no saldré de aquí. Mejor para la enfermera. A nadie le perdono que sea un soplón. Ni siquiera a Eulalia.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Las noches solas - Del sueño, el insomnio y las pesadillas

Hay días en que no puedo dormir y hay otros en que no puedo despertar. Algunas veces no puedo dormir sino hasta que ya es demasiado temprano y después nadie logra hacerme despertar, sólo alguna pesadilla. Se lo adjudico a algún medicamento que tome hace mucho tiempo (y hace no lo suficiente), uno del orden de las benzodiacepinas. Hace poco me dijo un médico que no bebí tomarlas a esa edad y que que psiquiatra tan irresponsable (uso otras palabras) por darme dosis para adulto -para un adulto de talla pesada- por un periodo tan largo. Las tomé durante un poco más de un año, mañanatardeynoche, hasta darme cuenta de que yo ya no era el mismo. Entonces las quise dejar. Obviamente las dejé.

Bueno, una temporada. Seguí surtiendo mis recetas y consumiendo las tabletas, un cuarto, media tableta. En ocasiones dos tabletas, 4mg. Siempre con chocolate o con alcohol (a fin de cuentas el hígado se regenera y páncreas ¡pa'qué lo quiero! si el mundo se va a acabar -ya entonces estaba mentalizado con el fin del mundo-). Ya no lo consumía diariamente -al principio-. Eso me hacía feliz.

Comencé a tener problemas. Ya no dormía -así, literal-, la respiración se me hacía mucho más difícil, de nuevo necesité el bromuro de ipratropio. No recuerdo mucho de aquél tiempo. Comencé a olvidar. Me di cuenta de que necesitaba más. Entonces lo dejé. De tajo. No sé si lo sepan en mi casa, solamente mi hermana. Ella se dio cuenta de la ansiedad y del insomnio y del miedo. Se dio cuenta igual que cuando me encontró a nada de tragarme 120 pastillas de 2mg, clonacepam, rivotril.

En la última mitad del año no he vuelto a colocarme una pastilla de esas en la mano, pero por estas fechas ya no puedo dormir. Antes no podía despertar, tardaba horas en llegar al estado de vigilia. Ahora tardo horas para dormir. Además, estoy en estado de espera. No sé qué haré desde hoy hasta febrero que me reencuentre con Mateo.

Cuando consigo dormir, tengo pesadillas. Hay una que es recurrente -y además muy absurda-: Es de noche, todo esta en penumbras y yo estoy sentado como a tres metros del interruptor de luz. Lo miro fijamente. Algunas veces yo soy yo mismo, pero otras veces me veo desde afuera. Me levanto y camino hacia el botón, pero justo antes de llegar, alguien más lo obtura. Estoy seguro de que es alguien más. No puedo verlo -además es hombre-. La sala se ilumina y entonces despierto. Es absurdo, realmente no puede ser tan terrible como para hacerme despertar, pero es muy vívido. Estoy seguro de que quien enciende el foco ya estaba allí desde antes de que yo me diera cuenta de la oscuridad. Eso me aterra. Además de no poder encender yo. Me gusta hacer las cosas yo, que nadie las haga por mí sin que estemos de acuerdo. No sé lo que significa esa pesadilla. La he tenido noche a noche desde el domingo. Jamás había temido así.

En mi cajón tengo algunas pastillas. Eso me da fuerza para no tomarlas -saberlas cerca-. Estoy seguro que si estuvieran, no sé, como a 120km iría en seguida hasta ellas, es una especie de droga, pues. Pero no lo haré. No ahora, quiero creer que todavía me queda al menos un poco de voluntad.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Estado de espera

Ahora sólo tengo que dejar pasar el tiempo. Mañana atravesaré ciento veinte kilómetros para dejar de esperar. Por ahora no tengo nada más que hacer que leer un libro que ya he leído como cinco veces y que seguramente volveré a leer; quizá lo termine mañana en el autobús, llevaré también otro por si las dudas.
Por ahora estoy en estado de espera, sentado en un enorme jardín y con la computadora sobre las piernas, el libro lo tengo en el portafolios. Ahora no lo quiero sacar, tiene una portada muy llamativa y la gente se le queda viendo, eso no me deja leer cómodamente. Mejor escribo esta suerte de diario (como el personaje de la novela) y admiro la fauna que corretea sobre mi teclado. No es como en el cuento de Ramos Tiscareño, en el que algo corre y se esconde bajo las teclas como una suerte de Ouija. No. La fauna de mi teclado lo recorre. Jamás había visto un insecto palo real hasta que lo vi sobre el número cinco y luego caminó sobre el ocho y el nuevo y el asterisco y así sobre la bocina y luego sobre mi rodilla y después se perdió en el pasto. Así pasan también insectos verdes y negros y hasta una mariquita que se posó sobre el botón para apagar la computadora. Yo sigo tecleando como si nada. Mientras no los aplaste o me aplasten ellos a mí, no hay nada de que preocuparse (siempre y cuando no sea una araña, a excepción de las garrapatas, cualquier arácnido me provoca repulsión).
No hay sólo fauna en mi computadora. Cuando el viento sopla poniente, las agujas de los pinos que me cubren del sol caen sobre mí y algunas rebotan, esas sí las quito, en seguido. A todas menos a una, se ha atorado entre el cristal de la pantalla y el plástico que la une con el teclado, tendré que ingeniármelas para largar esa aguja de allí. Por ahora no. Ahora estoy en espera.
I go through all this before you wake up so I can feel happier te be safe up here with you. Escucho a Björk mientras pienso que tiraré todo, que he dejado caer el peso sobre mi espalda y dejaré que las cosas sigan cayendo, still throwing things off I listen to the sounds they make on their way down. Por ahora espero. Mañana saldré a medio día. Aunque se me caiga medio mundo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Las noches solas - La noche del pianista

Anoche he dormido con un maravilloso pianista, con un compositor cuyos dedos son largos, delgados, ágiles y veloces. Dormí con un virtuoso. Me metí entre las cobijas -fue una noche fría- y dejé que me siguiera tocando. No se cansaba, al parecer, sus manos recorrían todo y hacían vibrar cuerdas para mí -hasta entonces- desconocidas. Cuando desperté el pianista seguía allí, seguía tocándome. Vi sus manos acariciadoras en la pantalla mientras el concierto se repetía in infinitum a través de unas pequeñísimas bocinas.

lunes, 10 de diciembre de 2012

The catcher in the storm

Cosecharé tormentas. 
Por ahora son recios vientos
que silban en mis odios
mientras avanzo otro vaso
con licor de centeno.

Me he visto caminar por la orilla del abismo,
asomarme
y sentir que se me vuelve el estómago,
como un deseo 
que me llama a incumplirlo.
No saltaré.
Cuidaré que nadie caiga.

Cosecharé tormentas.
Por ahora las miro crecer
-grises, púrpuras y violentas-
en la tierra cultivada,
las miro alimentarse de un río
al que le llaman Carlos.
Carlos es una tristeza, muy mansa y gris,
y mis tormentos en alguna ocasión también lo fueron:
eran tristecitas, semillas grises,
vientecitos.

Hice mal en sembrarlos.
Ahora estoy parado ante el precipicio,
mirando a los niños pequeños que juegan,
bajo las nubes que se forman,
tres metros bajo cielo;
cuidando que no caigan.

C. A. E.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Claustropatía

No sé si el espejo está malo o si se me cae la cara de idiota. No sé si soy yo o si soy otro o si no soy. Mi mundo me es un lugar extraño. Mi cama tiene dos cabeceras; sobre una cuelga el infierno y en la otra hay un espejo que lo refleja. Me miro caer de cabeza hacia las llamas o me miro parado entre ellas. De un modo o de otro estoy condenado a estar entre el tormento. La única solución es quitar el cuadro del infierno de la cabecera de mi cama. No quiero. Me he mudado y el cuadro permanece sobre mi almohada y lo seguirá haciendo. Así al menos sé en donde caeré, así sabré en dónde pongo los pies. Llegué a un nuevo cuarto y me he dado cuenta de que las paredes no son más del color del salmón, ahora una es negra y la otra en una enorme cortina y la otra es un espejo y la otra es un hueco negro y cuadrado. No sé si el techo es un techo real, no me deja ver las estrellas, pero es un plástico transparente. ¿Es que dos cilindros de plástico se llaman techo? No lo sé. Tampoco sé en dónde colocaré mi póster de la película Drei, lo he dejado en mi antiguo cuarto y he prometido volver por él. Pero es que no sé en dónde ponerlo. Si sobre el espejo y sobrecargar la pared o si lo cuelgo de la cortina o si derribo la cortina y clausuro la ventana con un póster de una película y papel lustre de algún color que no sea ni negro ni rojo ni azul ni amarillo pero que convine con el espejo y el infierno (y con mi cama que es gigante y en la que me siento como Alicia a través del infierno con una oblea semitóxica en su divina lengua y una mentira entre los dedos y una interminable espera por alguien -de quien quizá Alicia pudiera enamorarse pero no sabe si se pueda enamorar de ella- después de una semana que acabará con todas sus reservas de futuro y quizá defina el resto de tiempo que le quede hasta la muerte), tal vez buscaré pintura salmón y clausuraré la ventana con papel cascarón pintado. Pensándolo bien, colocaré el póster en la otra parte del cuarto, la que está más allá del hueco negro, junto a uno de mis libreros, de frente a la puerta.

Cuando salgo de este pequeño espacio encerrado me doy cuanta de que me queda mucho mundo, pero hay poco por lo que valga la pena salir. 

Dejar la casa paterna

Jamás he ido a Gijón, tampoco al Véneto, ni a Moscú, ni a París ni a Munich. Ni siquiera a la Ciudad de México (bueno, una vez, pero no cuenta). Sólo he ido a Xalapa y a Zacatecas. Ninguno de mis otros viajes debe estar en la lista, si acaso alguna vez que haya ido a Vallarta, pero no creo: en una ocasión mi mamá se enfermó, en otra mi papá casi muere y en las restantes por poco y dejo que el mar me beba.

Quizá algún día me largue a las Españas o a las Italias o a las Rusias. O al menos tendré la dicha de conocer Bellas Artes. Lo más seguro es que regresaré a Xalapa, o tan siquiera a Zacatecas (para ir allá ya tengo la fecha agendada, sólo falta que llegue el día). Me enamoraré. Le besaré la boca y beberé todo lo que salga de esa botella. Cuando se termine pediré otra cerveza oscura.

Aún no me decido abandonar Aguascalientes. Aquí tengo el alcohol y el reposo necesario. Vamos, no tengo que pagar renta. Vivo, como quien lo dice, de gratis. Algún día, quizá mucho antes de lo que espero, me tendré que alejar de todas estas comodidades y comenzar una nueva vida. Pagar la renta y los servicios básicos y el internet. Por fortuna no tendré televisión por cable, ni siquiera televisor, tampoco radio. Sólo un refrigerador, una lavadora y mi computadora. Bueno, y el celular. Supongo que será caro transportar mis libros, así que tendré que abandonar una gran parte. Sólo me llevaré unos cuantos, los que quepan en una caja. 

Me pregunto si entonces, cuando salga de casa de mis padres, viviré solo o si lo haré con mi pareja. ¿Tendremos niños? A lo mejor vivo con alguna amistad. 

Quizá entonce no viviré, con nadie, no tendré ningún electrodoméstico,  ni computadora, ni teléfono, ni libros. Puede ser que cuando deje la casa paterna no viva ni en Europa ni en Asia ni en América; que mi cuerpo sea comido por los gusanos o consumido hasta ser cenizas...