domingo, 23 de diciembre de 2012

Las horas sucias - Zachem? (parte 1)


Para hoy tenía preparado otro texto, uno de la serie "Las noches solas", pero preferí dejarlo en borradores hasta que lo lea alguien en especial y me dé su opinión. Por ahora los dejo con este fragmento de Las horas sucias. Así es como se llama mi "diario" (no se burlen, es en serio, jejejejee), escribo más seguido en el blog que en él, así que lo pasaré para acá. Las horas sucias son hechos reales.

Podrán morir las cucarachas sometidas por el veneno de los hombres, pero yo sobreviviré -no como Gloria Gaynor- porque no me queda de otra. Sobreviviré de tanto ser nadie, de haberlo decidido y de no caer muerto. No soy el inmortal ni cualquier otro, pero hasta no estar realmente muerto no me dejaré morir. He elegido vivir -jódete si te toca cumplir-, porque me da lo mismo (y porque quizá en el fondo le temo a la muerte). De tantas veces que he estado a punto de morir he perdido ya la cuenta. He sobrevivido a varias neumonías -incluso a dos en la misma temporada-, a la fiebre escarlata, al suicidio y al asesinato. ¿Quien querría matar a un niño como el que yo era? Pues entonces era yo un niño de esos que salen a jugar fútbol a la calle con los vecinos aunque no sabía, de los que se alegran de encontrar un gatito bebé (entonces no les decía cachorros a los pequeños mamones), de los que se ponen tristes si se les pierde un tazo o que se pelean y a la media hora vuelven a ser los mejor amigos de todo el planeta (que entonces sólo abarcaba el camino de casa a la escuela y las casa de mis abuelitas). Pues uno fue un adolescente. No sé por qué, ya no lo recuerdo. Me asfixió hasta que me puse morado y los demás niños (él era el más grande) lo golpearon para que me suelte, como ya lo había dicho antes, a la media hora volvimos a ser amigos. Después salíamos a pasear en bicicleta y me enseño a utilizar una computadora. No sé que sea de su vida ahora. Hace unos mese me lo encontré en la calle, me saludo y le devolví el saludo, pero no lo reconocí hasta que regresé a casa. Ha cambiado mucho. Supongo que yo tampoco soy el mismo. Después de todo, entonces tenía terror a la muerte, no es que ya no la tema o que haya ocurrido un cambio cósmico y ya no exista la muerte o que la muerte y yo tengamos un trato como el que hizo con Ignacio López Tarso, pero ahora la muerte es para mí un tema al que estoy más o menos acostumbrado. Una experiencia más o menos conocida.

De niño nunca fui a un funeral, sólo una vez, al de mi bisabuela. No la conocía, así que no cuenta. A mis primos sí los conocía y esa vez caminamos mucho hasta llegar al canal y ver como corría el agua. En el cementerio mamá nos preparó unos sangüiches que sabían a gloria y había muchos ángeles de piedra. Eso fue un paraíso. No me di cuenta de que mi abuelita y mis tías y mi mamá y muchas otras personas lloraban.

C. A. E.

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